Semana Santa
Para muchas personas mayores, la Semana Santa de su infancia y juventud era un tiempo de absoluto silencio y oración. No se cocinaba ni se realizaban quehaceres domésticos, los niños evitaban hacer ruido, y la música quedaba en pausa. Los adultos rezaban en familia, con el Rosario en mano, y acudían a la iglesia a las tres de la tarde, recordando la hora de la muerte de Jesús en la cruz. El Domingo de Pascua no estaba marcado por conejos ni huevos de chocolate, sino por la Misa y la celebración de la Resurrección.
Hoy, las formas han cambiado, pero el sentido debe ser el mismo. Las penitencias y obras de caridad han evolucionado, adaptándose a la vida moderna. Muchos fieles dedican tiempo a la oración personal o comunitaria, participan en los oficios litúrgicos y buscan formas concretas de vivir la fe, ya sea a través de retiros, voluntariados o gestos de solidaridad con los más necesitados.
Invitación a un silencio con sentido
Más allá de las costumbres de cada época, la Semana Santa sigue siendo un llamado a detenerse y reflexionar, a desconectarse del ruido y redescubrir el valor del silencio como un espacio para el encuentro con Dios. Es un tiempo para recordar que Cristo entregó su vida por amor y que su Resurrección nos abre las puertas a la eternidad.
Los instamos a que, en estos días, cada uno encuentre su propia manera de vivir la Semana Santa con profundidad y sentido, haciendo de ella un verdadero camino de conversión y esperanza.