Hermanos y Hermanas:
Comenzando este mes de junio, dos hermosas fiestas religiosas nos invitan a adentrarnos en el amor del Señor para con nosotros. Primero, celebramos el misterio del Cuerpo y la Sangre del Señor, el Corpus Christi y luego, el viernes 7, la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. En realidad, son dos celebraciones íntimamente unidas: la Eucaristía es fruto del amor del Corazón del Señor por todos nosotros. “Con deseo vehemente, quise comer esta Pascua”, así cantamos las palabras de Jesús en la Última Cena. Con un deseo de lo profundo de su corazón, Jesús quería encontrarse con los suyos y en aquella cena dejarles el alimento que les daría fuerzas para el camino de la vida, que sería un anticipo del cielo, un consuelo en medio de las dificultades. Por un profundo amor de su Corazón, Jesús se quedó con nosotros, ¡cómo hemos de valorar la Santa Misa, y de ella sacar la fuerza para amar y servir y así ser testigos del amor de Jesús!
¿Qué es la Eucaristía? “La Eucaristía es presencia salvadora de Jesús en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual, ella es de lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia. La Iglesia ha recibido de Cristo la Eucaristía, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es Don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y , además de su obra de salvación, porque cada vez que el pueblo de Dios se reúne junto al altar presidido por su sacerdote, todos los que ahí estamos volvemos espiritualmente a aquella hora suprema cuando Cristo en el altar de la Cruz ofreció su vida, su sangre derramada como precio por nuestra salvación. Con que sentimientos de asombro y gratitud hemos de celebrar la Santa Misa cada domingo y cada vez que podamos. En cada Misa que celebramos el Señor nos muestra un amor que llega hasta el extremo, un amor que no conoce medida”, nos dice San Juan Pablo II.
Consideremos la experiencia tan humana de la despedida de dos personas que se quieren. Desearían estar siempre juntas, pero el deber, el que sea, les obliga a alejarse. Su afán sería continuar sin apartarse, y no pueden. El amor del hombre, que por grande que sea es limitado, recurre a un símbolo: los que se despiden se cambian un recuerdo, quizá una fotografía, no logran hacer más, porque el poder de la criatura no llega tan lejos como su querer. Lo que nosotros no podemos lo ha podido hacer el Señor; Jesucristo, perfecto Dios y hombre, en la Eucaristía no nos deja un símbolo sino la realidad, se ha quedado Él mismo. Verdaderamente la Eucaristía es un misterio que supera nuestro entendimiento y puede ser acogido sólo en la fe.
Pidamos al Señor que haga crecer en nosotros el espíritu de fe y de adoración para participar con más provecho de cada Santa Misa en la cual participamos.
Hermanos, una vez más tomemos conciencia del misterio que celebramos y alejemos así de la práctica de nuestra fe la rutina en la cual podemos caer y que nos impide ver y gozar la presencia amorosa del Señor junto a nosotros.
Los que cada domingo, y a veces a diario, participamos de la Santa Misa, cómo no pedir perdón por las veces que pudo más la distracción que el amor al Señor, por aquellas veces que hemos comulgado no estando debidamente preparados, por las veces que no hemos puesto todo nuestro empeño por hacer de cada Misa un encuentro con Jesús. Sí, pedimos perdón por tantas veces que no aceptamos la invitación a reunirnos junto al altar y preferimos cualquier otra cosa a estar contigo Señor.
Perdón, Señor, porque nosotros sabemos y no siempre actuamos de acuerdo con lo que pide nuestra fe. Señor, sabemos de tu infinita paciencia, sabemos que tú por amor a nosotros te abajaste hasta el extremo y en la hostia consagrada te has abajado aún más de lo que es posible imaginar, pero ahí sigues estando porque nos amas y confías que la fuerza de tu amor no transforme.
Señor, queremos amarte más, tratarte con más cariño, porque si esto lo logramos estamos seguros de que nos será fácil reconocerte y servirte en los hermanos, llevarte con nosotros para que a través nuestro otros puedan conocer de tu amor. Señor, que la participación frecuente y consciente que da la Santa Misa haga que nos parezcamos más a Ti, que tengamos tus mismos sentimientos.
Que la Eucaristía, anticipo del cielo, sea la gran escuela de la caridad y del servicio. Que en este frío invierno los que creemos y sentimos el amor del Señor, estemos atentos para ayudar a abrigar y calentar a tantos que pasan frío por no tener la ropa o cobijas adecuadas, o porque están solos.
Virgen María, tú que a Jesús le aceptaste en tu vida por la fe y lo supiste tratar con cariño, delicadeza y amor, ayúdanos para que a través de tus ojos sepamos mirar a Jesús y tratarlo en la Eucaristía y en lo hermanos con la misma delicadeza, cariño y fe que tú lo hiciste, para que así a Jesús que ahora vemos oculto en la Hostia Santa un día lo podamos ver cara a cara en la gloria del cielo y junto contigo adorarlo por la eternidad.
Alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento.
+Guillermo Vera Soto
Obispo de Rancagua