Palabras del Pastor

La oración del cristiano

- En este tiempo de Cuaresma, en que nos acercamos a vivir la Pascua de Resurrección, el obispo de Rancagua, reflexiona sobre el diálogo que se da con el Padre a través de la oración.



Hermanos y hermanas:
La oración pertenece a todos: a la gente de cualquier religión y, probablemente, también a aquellos que no profesan ninguna. La oración nace en el secreto de nosotros mismos, en ese lugar interior que los autores espirituales suelen llamar “corazón”. De ahí, de lo profundo del corazón ha de surgir la oración de nosotros los  cristianos. 
La oración del cristiano entra en relación con el Dios de rostro tierno, que no quiere infundir miedo alguno a los hombres. Ésta es la primera característica de la oración cristiana. Si los hombres estaban acostumbrados desde siempre a acercarse a Dios un poco intimidados, un poco asustados, si se habían acostumbrado a venerarlo con una actitud servil, similar a la de un súbdito que no quiere faltar al respeto a su señor, los cristianos se dirigen en cambio a Él atreviéndose a llamarlo con confianza con el nombre de “Padre”. Todavía más, Jesús usa otra palabra: “papá”.
En su largo discurso de despedida a los discípulos, Jesús dice así: «No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda» (Jn 15, 15-16). Pero éste es un cheque en blanco: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concedo”.
Dios es el amigo, el aliado, el esposo. En la oración podemos establecer una relación de confianza con Él, tanto que en el “Padre Nuestro” Jesús nos ha enseñado a hacerle una serie de peticiones. A Dios podemos pedirle todo, explicarle todo, contarle todo. No importa si en nuestra relación con Dios nos sentimos en defecto: no somos buenos amigos, no somos hijos agradecidos. Él sigue amándonos. Dios está siempre cerca de la puerta de nuestro corazón y espera que le abramos. Y a veces llama al corazón, pero no es entrometido: espera. La paciencia de Dios con nosotros es la paciencia de un papá, de uno que nos quiere mucho. Yo diría que es la paciencia junta de un papá y de una mamá. Siempre cerca de nuestro corazón, y cuando llama lo hace con ternura y con tanto amor.
“Yo sé que tú siempre me escuchas, le dice Jesús a su Padre antes de resucitar a Lázaro. Y es perfectamente lo que nosotros podemos afirmar de nuestro Padre Dios. El nunca cierra sus oídos a nuestras palabras. Y, por eso, Jesús incentiva nuestra confianza para que hablemos directamente con Dios. “Pidan y se les dará. Busquen y encontrarán. Llamen a la puerta y se les abrirá. Porque el que pide, recibe. El que busca, encuentra. Y al que llama a la puerta se le abrirá… si ustedes que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a quienes se las pidan”
Con su testimonio, Jesús nos enseñó a hablar con Dios y decirle llenos de confianza lo que hay en nuestro corazón. Esto es orar: oír a Dios y responderle con nuestras frágiles palabras. Jesús hablaba con frecuencia con su Padre. Antes de iniciar su ministerio se fue cuarenta días al desierto para estar con Él. Antes de elegir a sus discípulos subió a un monte y pasó toda la noche dialogando con su Padre. Antes de ir a la Pasión para enfrentar la muerte, se fue durante algunas horas al Huerto de Los Olivos y se preparó para hacer la voluntad del Padre.
En forma personal, y familiar, comunitaria y eclesial, hagamos un esfuerzo para fortalecer nuestro diálogo íntimo con Dios.
Una invitación especial: el próximo viernes 22 de marzo celebraremos en la Catedral de Rancagua, la solemne Misa Crismal. Acompañen a sus sacerdotes en esta hermosa celebración con la que iniciamos la Semana Santa, ya que el Domingo será Domingo de Ramos
Dios les bendiga,

+Guillermo Vera Soto
Obispo de Rancagua