Mirar juntos el pasado

Jueves 31 de Agosto del 2023
• En Rumbos quisimos recordar el rol de la iglesia después de 1973, en la voz de miembros de la Comisión Diocesana de Justicia y Paz. • En Rumbos quisimos recordar el rol de la iglesia después de 1973, en la voz de miembros de la Comisión Diocesana de Justicia y Paz.

 

“Mirar juntos el pasado, para un futuro más compartido. El 11 de septiembre de 1973 constituye un momento doloroso y dramático de nuestra historia”, así comienza la declaración de los obispos de Chile titulada “Felices los que trabajan por la paz”, a 50 años del Golpe de Estado”.

Tomando ese punto, en Rumbos quisimosrecordar el rol de la Iglesia después de 1973desde la mirada de dos miembros de la Comisión Diocesana de Justicia y Paz

Obispos, sacerdotes y laicos marcaron en ese tiempo la postura de la Iglesia, que fue la de dar voz a los sin voz, a aquellos perseguidos y a dar cabida a la denuncia de violaciones a los derechos humanos. Prueba de ello fue la Vicaría de la Solidaridad, cuya institución permitió dar socorro a quienes eran perseguidos.

 

“¿Soy acaso el guardián de mi hermano?”

Ramón Esteban Galaz Navarro es el presidente de la Comisión Diocesana de Justicia y Paz, donde en más de alguna oportunidad se ha tratado el tema. En ese contexto señala lo siguiente:

La pregunta sobre el rol de la Iglesia después del golpe de Estado de 1973 puede conducir fácilmente a una respuesta equívoca: la de centrar la atención en el Cardenal Silva y en obispos como Ariztía, Vial o Camus, que levantaron su voz -y adoptaron medidas prácticas- en defensa de los derechos humanos. Y eso es cierto: los pastores guiaron al pueblo con su ejemplo y su palabra, y no se escudaron en su investidura -callándose- para evitar la acusación de inmiscuirse en política. 

Pero ese reconocimiento, tan merecido, omite que también eran Iglesia numerosos laicos, políticos y ciudadanos comunes, que -más inermes ante la represión y con esposas e hijos tras ellos- se atrevieron, unos muy notoriamente, y muchos otros en su barrio, sindicato u oficina, a denunciar lo que estaba ocurriendo; también muchos se volcaron a ayudar en las bolsas de trabajo, en los comedores solidarios, en la búsqueda de detenidos, en el acompañamiento de las familias. Ejercieron su carisma profético recibido en el bautismo, y les salió caro.

Hay otro posible equívoco: sentir que la crisis política -y moral, y cultural y económica- derivada del golpe de Estado fue una exigencia profética que nació ese día. Lo cierto es que la Iglesia tuvo luchadores laicos y consagrados, en ambos lados de la contienda política, que ya desde antes de 1973 buscaron preservar -y fracasaron en el intento– la justicia, la paz y la concordia. Han pasado los años, pero la exigencia para laicos y pastores, de iluminar la vida cívica, sigue vigente. Y a la pregunta brutal de Caín “¿Soy acaso el guardián de mi hermano?” el creyente debe responder que sí, ahora y siempre.

 

 

Un mensaje de paz, unidad y reconciliación

 

Rancagüino, católico, defensor del medio ambiente y miembro de la Comisión Diocesana de Justicia y Paz, son algunas de las cartas de presentación de Luis César Fernández Zúñiga, quien luego del golpe de estado de 1973 fue detenido político. 

• Luis ¿Qué rol crees que tuvo la Iglesia católica después del golpe de estado de 1973? 

Como uno de los cientos de chilenos que vimos el rostro de Jesús en la actitud de la Iglesia en los difíciles años de la dictadura cívico militar, al conmemorarse este aniversario, solo se nos vienen recuerdos agradecidos de tantos pastores que, muchas veces, a costa de sus propias vidas entregaron un mensaje de paz, unidad y reconciliación. Sin duda, el primero de ellos fue el querido Cardenal Raúl Silva Henríquez, figura señera y una de las más relevantes de esa etapa trágicade nuestra historia, no solo por el liderazgo en la defensa de los Derechos Humanos, sino porque guió a muchísimos sacerdotes a ser pastores para el pueblo de Dios.

Este mensaje de don Raúl fue plenamente recogido por dos sacerdotes que, con motivo de mis injustas relegaciones, fueron importantísimos por su ayuda en esos duros momentos, alejado arbitrariamente de mi Rancagua natalRecuerdo con emoción a Mons.  Fernando Ariztía, por aquel entonces obispo de Copiapó, que me fue a visitar entregándome su ayuda, su palabra de aliento y su acogida, tal como lo hizo en la creación del Comité Pro Paz ayudando a tantas familias de desaparecidos y secuestrados, en los inicios de la dictadura.  Tan importante como don Fernando, para mí y mi familia fue el sacerdote Gerardo Papen, de la Orden de la Santa Cruz, que me acogió durante meses en su iglesia de Alto del Carmen y me enseñó que no es posible construir la paz sin la verdad y esta debe conducir a la justicia, a la reparación, al abrazo del perdón y del amor fraterno en Cristo.