Creo en el Espíritu, creo en la Iglesia

Jueves 31 de Agosto del 2023
Columna de formación mes de septiembre.

 

 

¡Queridos amigos! ¡queridas amigas!

¡Bienvenidos todos y todas a una nueva columna!

 

En este mes de septiembre la propuesta temática será trabajar, conocer y profundizar en dos elementos íntimamente vinculados, a saber, la persona del Espíritu Santo y la Iglesia. El porqué de este tema tiene que ver con que la última columna que ofrecí terminó con la Resurrección de Jesús y los relatos que el evangelio de Marcos nos ofrecía sobre ella. Ahora, y siguiendo el hilo de esta narrativa corresponde adentrarnos en lo que ocurre después de la Resurrección. Según los relatos del Nuevo Testamento acontece el envío del Espíritu Santo sobre la comunidad la tarde del domingo de Pascua según la narración de Juan (Jn 20,20) o en Pentecostés según la narrativa de los Hechos de los Apóstoles (Hech 2,1-13). Ambos relatos tienen como uno de sus elementos comunes la presencia de la iglesia primitiva, en cuanto es a ella a quien es enviada el Espíritu del Resucitado. Asumiendo esta vinculación diríamos temporal, pero sobre todo teológicabuscaré dividir este artículo en dos momentos: en primer lugar, algunas indicaciones sobre quién es el Espíritu Santo, sus características y qué teología se ha construido en torno a él y, en una segunda parte, hablar algunas perspectivas sobre la Iglesia. Me adentraré en lo que se conoce como la eclesiología, es decir, la teología sobre la comunidad. Los elementos que trabajaré en la eclesiología serán algunas intuiciones, ya que en los próximos dos artículos trabajaré cuestiones puntuales de la vida eclesial, a saber, los sacramentos (octubre) y la pastoral, la cual la vincularé con María (noviembre). 

 

¡Buena formación para todos!

 

 

1. El Espíritu, don de Dios

 

Quisiera comenzar entendiendo el concepto de Espíritu (espíritu). Creo que entender el origen o el significado de las palabras nos puede ayudar a enmarcar las perspectivas que aquí trataré. Espíritu, pneuma en griego o ruah en hebreo, tienen que ver con un concepto similar: aliento, soplo, incluso viento. Una primera indicación en torno a los significados: todos ellos están tomados de la experiencia cotidiana de los seres humanos. Todos hemos sentido alguna vez el viento en la cara en un día de invierno. Hemos soplado las velas de nuestros cumpleaños o una sopa muy caliente. Incluso cuando tenemos un automóvil sabemos que los neumáticos se desinflan y que debemos volver a llenarlos de aire, porque pneuma es la raíz de neumático, literalmente lo “lleno de aire”. Entonces la cuestión que aparece es que los modos que tenemos de hablar del Espíritu están tomados y nacen de la experiencia cotidiana. El teólogo Víctor Codina (2008) dice que cuando hablamos del Espíritu necesariamente tenemos que hacerlo desde la “aproximación simbólica”. Y, en otro momento, el mismo Codina (2008) indica que los símbolos o metáforas que usamos para referirnos a Él son más verbos que palabras sustantivas, son términos dinámicos y que expresan movimiento. Por ello hablamos de viento, soplo de vida, lo que aletea, el vuelo de una paloma, la respiración, la brisa, incluso el fuego o el agua en cuanto ellos son los conceptos que en toda la Escritura son utilizados para hacer mención del Espíritu de Dios. 

 

Dicho esto, pongamos nuestra atención en los datos que se contienen en la Escritura. Codina (2008) sostiene que el Espíritu aparece de forma permanente pero que no existe una sistematización en torno a Él, es decir, no existe algo así como un tratado sobre el Espíritu en la Biblia. Su presencia está acompañando toda la historia de la salvación, pero de un modo más sutil. Es más, hemos de indicar que el Espíritu ha sido quien ha inspirado (literalmente: tener el Espíritu dentro) a los autores bíblicos para escribir los relatos contenidos en la Escritura. 

 

En el Antiguo Testamento tenemos tres líneas generales sobre la actuación del Espíritu (Codina, 2008): a) la acción creadora de la “ruah” de Dios; b) el Espíritu en la voz de los profetas; c) el Espíritu en la vida interior de los seres humanos. Una breve palabra sobre estas líneas fuerza. Cuando hablamos de la “ruah” de Dios estamos utilizando un concepto hebreo que significa viento, soplo o hálito y que, curiosamente, está en forma femenina. Es “la ruah” de Dios. Tiene que ver con el poder creativo y fecundo incluso femenino y materno de Dios. Dios sopla su Espíritu sobre la creación (Sal 103) y sobre las narices de los primeros creados (Gn 2,7). Este hálito dado al barro hecho ser humano es aquello que compartimos con nuestro Creador y es por ese vínculo de aire vital que podemos vincularnos con Dios-Creador. La segunda línea, el don profético, tiene que ver con el reconocimiento de que el Espíritu actúa a través de hombres y mujeres que están al servicio del pueblo. Si el profeta habla es porque el Espíritu lo impulsa a hablar y anunciar la justicia y la misericordia. A su vez los profetas anunciaron que al fin de los días Dios enviará su Espíritu sobre toda la humanidad (Joel 3,1-3). La tercera línea tiene que ver con la dimensión espiritual e interna de los seres humanos que permite que reconozcamos la actuación de ese mismo Espíritu dado en la totalidad del universo. 

 

Ya en el Nuevo Testamento vemos una riqueza teológica en torno al lugar del Espíritu el cual se hace presente desde el momento mismo de la Encarnación. El ángel al anunciar a María el nacimiento de Jesús le dice que el niño a nacer tendrá la fuerza del Espíritu (1,31.35). María, con ello, es la “llena del Espíritu” o la llena de gracia. La fuerza de Dios obra el milagro de que una virgen sea madre y que una mujer anciana (Isabel) de a luz al último de los profetas del Antiguo Testamento (Juan Bautista). En el bautismo el Espíritu vuelve a aparecer como paloma que desciende sobre Jesús. Durante el ministerio público, Jesús anuncia que en él reside la presencia activa del Espíritu (Lc 4,16-21) y que ese mismo Espíritu lo ha enviado a anunciar las buenas noticias a los pobres, marginados y enfermos. En el Misterio Pascual el Espíritu aparece como don del Resucitado quien envía al Espíritu sobre la comunidad reunida la tarde del domingo (Jn20,20). Será ese mismo Espíritu quien anima a la comunidad a salir a anunciar a todos que el Crucificado ha Resucitado y que está sentado a la derecha del Padre Dios. Nosotros, cristianos y cristianas de este tiempo, somos los herederos de esa promesa, de esa misión y de ese Evangelio y debemos darlo a conocer a todos. Es ahí en donde encontramos el sentido y el origen de la Iglesia, de esa comunidad preñada de Espíritu. 

 

2. La Iglesia, comunidad reunida y animada por el Espíritu

 

En el Credo o profesión de fe los cristianos y cristianas rezamos: “Creo en el Espíritu Santo… y en la Santa Iglesia Católica”. Es fundamental entender que ambas dimensiones, el Espíritu y la Iglesia, van unidas, es más, se entienden mutuamente. Por ello en esta segunda parte profundizaremos en algunas características que la comunidad posee. En primer lugar, el concepto mismo de Iglesia. En el vocabulario cotidiano utilizamos el concepto de “Iglesia” para hacer referencia a una parroquia, a una capilla, a la Institución, o al edificio arquitectónico. Es un concepto que se llama “polisémico”, es decir, es utilizado para hablar de diversas cosas. Reconociendo esto, hemos de decir que iglesia es un concepto que tiene su origen en el griego “ekklesía” y que significa “comunidad”. Está emparentado con el hebreo bíblico “qahal” que significa lo mismo. Por ello es importante que aprehendamos que cuando hablamos de la Iglesia hemos de reconocer el carácter comunitario e interpersonal de nuestra condición de bautizados. Somos iglesia, nos vinculamos como iglesia y profesamos nuestra como iglesia. Por ello hablamos en este apartado de “comunidad reunida”. 

 

A ello se suma el “animada por el Espíritu”. Josep Vives (1986) indica que en los credos primitivos se mantenía la noción de que creemos en el Espíritu “dentro” de la Iglesia y que esa misma Iglesia, con sus luces y sombras, es una comunidad animada por el Espíritu. Esto hemos de matizarlo. No es que las sombras, las torpezas, los pecados y los delitos que se han cometido dentro de la comunidad sean una acción del Espíritu. Indicar esto sería un pecado en sí mismo, ya que estaríamos afirmando lo que justamente no es el Espíritu: daño, muerte, violencia. Es más: hemos de indicar con Víctor Codina (2008) que cuando estas situaciones ocurren es que se ha intentado apagar al Espíritu. Y es aquí donde la confesión en la gracia de Dios aparece con fuerza profética, en cuanto reconocemos que la fuerza del Espíritu actúa independiente de la idoneidad de los miembros de la comunidad, es decir, la gracia de Dios no depende de cuan buenos o no seamos, sino que ella es objetivamente buena y que actúa siempre desde esa bondad que le es propia. Como indica Vives (1986): “la gracia de Dios es totalmente pura y santa y tiene una fuerza santificadora infinita. Pero la realidad humana es finita y pecadora; y en su designio benevolente y respetuoso, Dios permite que los hombres pongan límites y hasta obstáculos a su Gracia”. ¡Cuántos obstáculos ponemos día a día a la Gracia de Dios! Por ello hay que discernir lo que hacemos una y otra vez, y discernir desde el Espíritu. A veces olvidamos que la Iglesia no es la dueña de la gracia de Dios, aunque en repetidas ocasiones así lo que creemos y lo actuamos. Dios es más que la Iglesia, la Iglesia no es Dios… gracias a Dios. 

 

Digamos una última palabra en torno a la Iglesia en cuanto comunidad animada por el Espíritu. Cuando hacíamos mención del lugar del Espíritu en el Antiguo Testamento reconocíamos que Él actúa en el don profético y en la vida interior y en las prácticas sapienciales. Desde aquí surge la cuestión de la espiritualidad como forma concreta de seguimiento de Jesucristo y, a su vez, el modo a través del cual los cristianos y cristianas somos testigos de la fuerza del Espíritu de Dios en el mundo (don profético). Hemos de creer que nuestra vida, nuestro cuerpo, nuestras relaciones, nuestras vinculaciones eclesiales están sostenidas y animadas por el Espíritu de Jesucristo, por el Espíritu de la libertad, de la vida y de la justicia. Hemos de dejarnos transformar (convertir) permanentemente por el Espíritu. Esto es una experiencia de libertad. A su vez estos son los modos de ser de Jesús y, por ende, han de ser los sentimientos y modos en los que sus hermanos y hermanas hemos de vivir la fe y la experiencia cotidiana con Dios. 

 

La Iglesia tiene el don precioso de ser una comunidad animada por el Espíritu. No desaprovechemos los modos múltiples en los cuales podemos anunciar y dar testimonio de esa fuerza transformadora de Dios. El Espíritu en la Iglesia no puede aparecer solamente en Pentecostés o en la celebración de las confirmaciones parroquiales. La Iglesia debe ser templo del Espíritu. ¡Cuantos desafíos todavía por pensar, rezar y vivir!

 

Referencias bibliográficas y otros títulos para seguir la lectura

 

Víctor Codina, “No extingáis el Espíritu” (1 Ts 5,19). Una iniciación a la Pneumatología (Sal Terrae, Santander 2008)

Josep Vives, Creer el Credo (Sal Terrae, Santander 1986)

Philipp Schäfer, El credo de nuestra fe (Sal Terrae, Santander 1983)

Salvador VergesImagen del Espíritu de Jesús (Secretariado Trinitario: Salamanca, 1977)

 

Preguntas para la reflexión pastoral y personal

 

A nivel personal: ¿cómo vivo mi relación con el Espíritu?¿conozco textos bíblicos que hablen del Espíritu? ¿cómo podría vivir una relación más estrecha con el Espíritu?

A nivel comunitario: ¿dueños o testigos del Espíritu? ¿dueños o testigos de la Gracia de Dios? Respondamos con sinceridad. 

 

Te invito a rezar la siguiente oración compuesta por Ignacio IV Hazin, Patriarca de Antioquía en 1968.

 

"Sin el Espíritu Santo,

Dios está lejos,

Cristo permanece en el pasado,

el Evangelio es letra muerta,

la Iglesia una simple organización

la autoridad sería dominación,

la misión una propaganda,

el culto una evocación

y el actuar cristiano una moral de esclavos.

 

Pero con la presencia del Espíritu,

el cosmos se eleva y gime en el parto del Reino,

Cristo resucitado está presente,

el Evangelio es potencia de vida,

la Iglesia significa la comunión trinitaria,

la autoridad es un servicio de liberación,

la misión es un Pentecostés,

la liturgia una memoria y anticipación,

el actuar humano se deifica

 

 

Dr© Juan Pablo Espinosa Arce

Facultad de Teología UC

Universidad Alberto Hurtado

Laico Parroquia El Sagrario