La fe, respuesta a la revelación amorosa de Dios

Martes 02 de Mayo del 2023
Juan Pablo Espinosa Arce Doctor Candidato en Teología (UC) Académico Facultad de Teología UC – U. Alberto Hurtado

Queridos amigos y amigas de Rumbos:

¡Bienvenidos a la segunda instancia y material de formación teológica! En este mes de mayo les propongo podamos estudiar y aprender juntos en torno a la experiencia de la fe, la cual y según el Concilio Vaticano II en su Constitución “Dei Verbum” sobre la Revelación se puede definir como la respuesta del ser humano a la comunicación amorosa de Dios (Dei Verbum 5).

Si el mes pasado decíamos que la revelación se puede comprender como un diálogo interpersonal entre Dios y los seres humanos, pensar la fe como respuesta o como momento comunicativo en este diálogo es una de las claves que la teología inmediatamente anterior al Vaticano y con mayor fuerza la teología post conciliar ha acentuado en torno a la fe.

Para organizar nuestro taller o cápsula formativa trabajaremos tres momentos: a) la fe humana como comienzo de la fe teologal; b) la fe teologal o la respuesta explícita a la acción de Dios y c) la fe como espacio comunitario o eclesial. Y tal como se realizó en la cápsula anterior ofreceré preguntas para la reflexión y títulos de libros para profundizar en las cuestiones que trabajaremos en este número de Rumbos.

1. La fe humana como comienzo de la fe teologal

¿Por qué comenzar entendiendo la estructura humana, es decir, nuestra propia vida para desde ahí transitar a la experiencia de Dios? La razón tiene una profundidad que siempre es necesario declarar: el Dios que se revela lo hace a una creatura capaz de acoger o rechazar ese llamado. Dios no se comunica a una máquina o una estructura programada para responder siempre de la misma manera. Dios creó al ser humano y le regaló la capacidad de responder a la invitación que Él, como fuente originaria de toda vida, le realiza. Es más, si hablamos de diálogo o conversación, no podemos desconocer o reducir a una sola de las partes intervinientes en el diálogo. No es solo Dios ni es tampoco el ser humano encerrado en sí mismo. Es Dios y ser humano. Esto sería una primera razón para comenzar considerando al ser humano.

En segundo lugar, hemos de decir con autores como el psicoanalista Boris Cyrlunik (2017) que la experiencia religiosa, en este caso lo que trabajaremos luego sobre la “fe teologal”, comienza en la vida humana con las relaciones que humanamente establecemos con otros seres humanos. Estas relaciones se fundamentan en las experiencias del lenguaje, del apego, de la confianza y de las experiencias que cotidianamente poseemos. Con esto estamos diciendo que la experiencia de Dios va desarrollándose lingüística, intelectual y emotivamente desde las experiencias cotidianas y de cómo en ellas vamos discerniendo la presencia de Dios. Cyrulnik (2017) dice: “el desarrollo de la religiosidad se construye de la misma manera que como se adquieren las lenguas (…) ningún bebé es creyente cuando llega al mundo” (pp.37-38). La religiosidad es algo que se va desarrollando progresivamente.

Cyrulnik es de la idea que esta “lengua materna” que es la religión o la experiencia religiosa responde a estructuras familiares, sociales y culturales. Es importante indicar que estamos hablando de la estructura religiosa, es decir, del marco desde el cual hacemos la experiencia de fe en la divinidad. Las religiones constituyen dispositivos históricos y culturales creados por los seres humanos para construirse caminos de encuentro con Dios. Las religiones ofrecen a los seres humanos lenguajes, símbolos, relatos y formas de comprensión de la realidad. Los seres humanos vinculados con una religión comprenden el mundo desde esta estructura interpretativa. Por lo tanto, la fe y la respuesta religiosa comienza humanamente en la experiencia cotidiana, familiar y cultural.

Ante ello decimos con Pedro Trigo (2013) que “la relación de fe es una relación de persona a persona” (p.32). En otro momento el mismo Trigo indica que, por ejemplo, en la relación de un niño con sus padres el niño reconoce que el adulto es un sujeto veraz, es decir, alguien en el cual se puede confiar porque es veraz. Por ello Pedro Trigo dice que el niño está existencialmente en las manos de los padres, es decir, su vida está marcada por esa relación, su vida depende de ellos y en ellos reconoce el espacio de su crecimiento y felicidad. Por ello la confianza y la veracidad con la que nos relacionamos con los otros (fe humana) es un elemento fundamental para desde él transitar a la fe teologal. Cuando confío en el otro reconozco que él/ella es digno de fe, que puedo vivir una relación de futuro o comenzar un proyecto. Por ello Pedro Trigo (2013) dirá que “la fe es en todo caso un proceso” (p.34) con luces y sombras, con apuestas logradas y apuestas perdidas. Por ello el carácter humanamente vital y cotidiano de este vivir la confianza.

2. La fe teologal o la relación interpersonal con Dios

Sigamos trabajando con Pedro Trigo. Él (2013) indica: “ante todo tenemos que decir que la fe cuyo destinatario es Dios y la fe que tiene por destinatarios a los seres humanos es estructuralmente la misma, aunque varíe la calidad. Por eso, si una persona no tiene fe en ningún ser humano, no puede tenerla en Dios, porque carece de esa dimensión humana y así no sabe qué es fe. La fe es un modo de relación” (p.19). ¿Qué quiere decir el teólogo jesuita? En primer lugar, que la fe teologal, es decir, la fe en Dios tiene su comienzo en las experiencias cotidianas de confianza que tenemos con otros seres humanos. Cuando Trigo habla de la “variación de calidad” indica que los seres humanos y Dios constituyen realidades personales diversos. Pero el punto central es que ambas, la fe en los seres humanos y la fe en Dios se unen. Por ello nuevamente la cuestión de la vinculación, de la relación o del proceso entre ambas vinculaciones afectivas, intelectuales y sobre todo vitales entre nosotros y otros y entre nosotros y Dios. Por ello se entiende lo que el teólogo Heinrich Fries (1987) indica: “la teología hoy sólo es posible en su matiz antropológico que la refiere al hombre y a la sociedad humana” (p.66).

Dicho eso, procedamos a presentar los modos o sentidos que la fe en Dios asume en diversos momentos de la historia de la salvación, pero manteniendo siempre las cuestiones antropológicas que hasta ahora hemos presentado. En primer lugar, una palabra sobre la fe en el Antiguo Testamento. Fries (1987) indica que “la fe representa un concepto básico del Antiguo Testamento” (p.76) y, en otro momento haciéndose eco de Martin Buber, Fries (1987) dice que la historia del Antiguo Testamento puede definirse como “una historia de fe” (p.77). Desde el Antiguo Testamento hemos heredado el “amén”, esa afirmación fundamental que reconoce que Dios es alguien digno de confianza, de veracidad y de reconocimiento en que lo que dice lo hace. Dios aparece como fiable para el hombre religioso y ante esa relación, enmarcada sobre todo en la Alianza, el ser humano se confía totalmente a la acción amorosa de un Dios que le salió al encuentro en su historia, primero con Abraham, luego con los patriarcas y matriarcas, luego con los profetas y finalmente en la esperanza de un futuro pleno para el pueblo y la historia. Por ello Fries (1987) dirá que la fe del Antiguo Testamento es, ante todo, una cuestión “existencial” (p.85).

En la perspectiva del Nuevo Testamento el punto central es la acción de Jesús de Nazaret. En él reconocemos el cumplimiento de las promesas hechas en el Antiguo Testamento y que han encontrado su cumplimiento en su predicación, en su misión, pero sobre todo en su Muerte y Resurrección. Por estas cuestiones la fe cristiana es una fe “cristocéntrica”, es decir, una apuesta de confianza en la palabra de Jesús que nos permite encontrarnos con Dios. El centro de la experiencia cristiana es Jesús de Nazaret y, en particular, el modo en el que la comunidad cristiana primitiva experimentó su encuentro con Él, experiencia que da sentido a la tradición de la Iglesia, es decir, al escuchar nuestra historia y el modo en el que la Iglesia ha vivido su misión y su ser a lo largo de los siglos. Fries (1987) llama a este último como “confesión” y dice: “la confesión, que se da en la comunidad de los creyentes como expresión, testimonio y voz de la fe, tiene que ser una y permanente, si esa comunidad ha de permanecer como tal. La confesión se explica con ocasión de determinadas situaciones y circunstancias, desafíos, cuestionamientos críticos y escépticos, disputas, dificultades y agresiones” (p.111).

3. Fe y comunidad

Este punto relevado por Fries es central en nuestro desarrollo, ya que la fe no desconoce las dificultades o crisis existentes en la comunidad. La fe no es, en ningún caso, un negar la crisis, sino que es un abrazar la crisis y reconocer cómo nuestra experiencia creyente en Dios involucra nuestra vida, con todo lo que ella es, y saber que la gracia de ese mismo Dios nos capacita en la confesión de su presencia amorosa. Por ello la fe es acción de la gracia que se hace manifiesta a través de la acción humana. Pensar, vivir, celebrar y actuar la fe dentro de la comunidad nos debe hacer comprender, en primer lugar, que la comunidad está formada por seres humanos, con historias, preguntas y relatos personales. La fe es personal y comunitaria, es humana y teologal, es vínculo entre Dios y nosotros. Con ello esta experiencia es siempre vinculación o relación entre elementos diversos. La fe no es un monólogo, ni una reducción a una cuestión intimista.

La fe, existencialmente, habla de los modos a través de los cuales la comunidad vive su confesión religiosa. Por ello hemos comenzado este desarrollo acentuando las cuestiones antropológicas o humanas involucradas en el acto creyente. La fe incluso nos capacita para vivir relaciones humanizadoras, como las llama Pedro Trigo (2013), es decir, espacios de vinculación a través de los cuales permitimos que nuestra vida y la de otros sea más plena, más feliz, más realizada. Y, desde la mirada religiosa explícita, en nuestro caso la cristiana, vemos cómo ese desarrollo pleno de la vida tiene su sentido pleno en la acción de un Dios amoroso que, queriéndose comunicar con los seres humanos, les invita a dar una respuesta tanto a su Palabra como a las palabras de nuestros contemporáneos.

Títulos para continuar la lectura

Heinrich Fries, Teología fundamental (Herder, Barcelona 1987)

Pedro Trigo, Relaciones humanizadoras: un imaginario alternativo (Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile 2013)

Jean-Daniel Causse y Élian Cuvillier, Viaje a través del cristianismo: exégesis, antropología, psicoanálisis (Sal Terrae, Santander 2015)

Marie Balmary y Daniel Marguerat, Iremos todos al paraíso. El juicio final en cuestión (Fragmenta Editorial, Barcelona 2013)

Actividades para profundizar lo aprendido

- Escribir en grande la palabra FE y que los participantes de una reunión pastoral (catequesis, encuentro bíblico, consejo pastoral, etc) puedan escribir en torno a ella qué significa esta palabra o experiencia. 

-Organizar diarios murales en donde presenten las ideas principales de esta cápsula de formación. 

Conversamos: a) ¿por qué es importante ejercitar la confianza al interior de la comunidad pastoral?; b) ¿cómo comunicar la fe a otros en este tiempo?; c) ¿por qué la fe tiene que ver con nuestra vida? ¿somos conscientes de que la fe comienza en nuestra vida más cotidiana?

- Organizar una lectio divina de Hebreos 11 “Los grandes héroes de la fe”.