TEMA 1: La revelación

Lunes 03 de Abril del 2023
“Dar razón de la esperanza” (1 Pe 3,15): itinerarios formativos para comunidades cristianas.

¡Queridas comunidades pastorales! Este año 2023 me han pedido pueda acompañarlos mensualmente con una sección de formación teológica que aparecerá mensualmente en nuestra revista Rumbos. La propuesta a la que los invito es poder “dar razón de la esperanza” tal y como lo expresa la Primera Carta de Pedro (1 Pe 3,15). Dar razones de la esperanza cristiana significa vivir una fe que se piensa, que se medita, que se practica y celebra. Tiene que ver con conocer la riqueza teológica de nuestro cristianismo y actualizar el Evangelio de Jesús a la luz de las actuales encrucijadas sociales, políticas, eclesiales y culturales. Esto se denomina “teología contextual”, es decir, una teología que dialoga con los determinados contextos en los cuales se hace expresivo el mensaje cristiano. Así y cuando en teología hablamos de “dar razón” no es otra cosa que hacer razonable nuestra fe y nuestra experiencia creyente en el Dios de Jesús, en el Dios que es Padre-Madre, en el Dios que se hace amigo de hombres y mujeres, el Dios de la compasión y de la justicia.
Para ello vamos a recorrer un itinerario de introducción a los grandes temas de la teología desde Abril hasta Diciembre próximo. En este material, que desde ya espero pueda ayudarles en sus propios itinerarios pastorales, profundizaremos en los ejes centrales del cristianismo. Para ello y en este primer número conoceremos y trabajaremos el tema de la Revelación a través de algunas cuestiones teóricas y de algunas actividades que les propondré al final del documento. La revelación nos habla de cómo Dios ha querido darse a conocer a los seres humanos. La revelación es el diálogo de un Dios cercano con un pueblo particular, Israel. Y al final de la historia ese mismo Dios se nos ha hecho radicalmente cercano en Jesús de Nazaret. Les invito a aprender y trabajar juntos de modo de ir dando continuamente “razón de nuestra esperanza”.

ÁREA TEMÁTICA: Conceptos generales sobre “La revelación”

El concepto de revelación significa “dar a conocer”, “mostrar”. Cuando revelamos algo lo hacemos visible, comprensible, manifiesto. La teología utiliza el concepto de revelación para designar el que “Dios, con su bondad y sabiduría (quiso) revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad” (Dei Verbum 2, Vaticano II). El Concilio utiliza una terminología “personalista” en cuanto Dios como realidad personal y dialógica busca libremente un interlocutor con el cual entablar un diálogo. Este carácter lingüístico o personal tiene su razón en el giro que la teología durante el siglo XX tuvo hacia las ciencias humanas y del lenguaje. Esta idea dinámica de la revelación tiene que ver, además, con el carácter histórico de la misma revelación en cuanto Dios se ha dado a conocer en la historia humana a seres humanos concretos. Dios ha creado sujetos capaces de acoger su palabra a través de la fe, y, por ello llegamos a la conciencia de que el movimiento inicial de este darse a conocer es de Dios mismo. La revelación de Dios habla también de la generosidad de Dios. En la segunda carta de Pedro leemos: “pues su divino poder nos ha concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento perfecto del que nos ha llamado por su propia gloria y virtud, por medio de las cuales nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ella se hicieran partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia” (2 Pe 1,4). El Vaticano II por su parte indica: “en esta revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (Dei Verbum 2). El Dios que se ha dado a conocer en la creación (Romanos 1,19-20), en la historia del pueblo de Israel, experiencias contenidas en el Antiguo Testamento (Heb 1,1) y de manera total en Cristo (Jn 1,14), muestra que el modo a través del cual acontece su presencia tiene que ver con un sugerente carácter progresivo e histórico. Es progresivo porque Dios ha ido acompañando las etapas y edades humanas y cósmicas y es histórico porque el lugar fundamental en el cual hacemos experiencia de ese Dios es la historia, escenario humano que da sentido a la misma vida que nos pertenece.

Octavio Ruiz Arenas (1994) y a propósito de ello indica: “el cristianismo (…) vive de una experiencia histórica de la manifestación personal de Dios. La revelación es uno de los signos más característicos de nuestra fe. Dios se ha revelado, se ha manifestado en nuestra historia, ha hablado al hombre por medio de hechos y de palabras, ha querido mostrarnos la realidad de su ser y su designio amoroso hacia nosotros. Dios se nos revela y nos invita al mismo tiempo a responder con la fe. Él es quien entabla el diálogo interpersonal que interpela lo más profundo de nuestra existencia” (pp.60-61). Con esto se suma un segundo aspecto: el carácter antropológico de la revelación. La Constitución Dogmática Dei Verbum (DV) sobre “la divina revelación” del Vaticano II otorga un especial puesto al aspecto antropológico de la revelación. Así, vemos que Dios se dirige a los hombres (cap 1 DV) los cuales responden desde la fe a esa llamada (DV 5). Son los seres humanos quienes a su vez la dan a conocer o transmiten (cap 2 DV) y colaboran con su formulación e interpretación (cap 3 DV) sobre todo en el lugar del Magisterio eclesial. Además, la revelación posee un sentido eclesial (cap 4 DV), resaltando el lugar de la Escritura en cuanto depósito del testimonio de la revelación (DV 11). Con esto percibimos nuevamente el sentido dialógico de la revelación en cuanto es Dios quien se da a conocer a los seres humanos los cuales acogen su llamada e invitación aportando el entendimiento, interpretación y comunicación de esa misma presencia. La revelación con ello no se reduce a una lista de enunciados o de meras proposiciones a ser creídas.

La revelación es ante todo la presencia misma de Dios en cuanto vida amorosa que se da a conocer de manera libre a una creatura que libremente lo puede acoger. La revelación es ante todo un ejercicio de libertad.

Añadamos un siguiente aspecto.

La revelación posee modos y grados a través de los cuales ella se realiza. El primero se denomina “revelación natural” y es definido por el Vaticano II en los siguientes términos: “Dios creando y conservando el universo por su Palabra, ofrece a los hombres en la creación un testimonio perenne de sí mismo” (DV 3). A través del conocimiento natural es decir de aquel conocimiento que se tiene de Dios a partir de las huellas que el Creador ha dejado impresas en sus criaturas, conocimiento experimentado en la razón, los seres humanos podemos discernir la presencia de Dios en las cosas creadas. La fundamentación bíblica de lo anterior está en la carta de Pablo a los Romanos: “… pues lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia (razón natural) a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables” (Rm 1,19-20). Por su parte el Vaticano I en “Dei Filius” indica: “La misma santa madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas, ‘porque lo invisible de Él, se ve, partiendo de la creación del mundo, entendido por medio de lo que ha sido hecho [Rom 1,20]” (DH 3004).

El siguiente modo tiene que ver con la llamada “revelación sobrenatural” o la Revelación en la historia de la salvación la cual Es la intervención libre de Dios en la historia acontecida en etapas sucesivas que van preparando su plena autocomunicación en Jesucristo. La primera etapa tiene que ver con la revelación como origen: El primer gran momento en el que Dios se revela en la creación. Se rompe el silencio y acontece la Palabra de Dios “En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios…” (Gn 1,1-3). Dios crea el mundo y se revela en él y en la historia para invitar al hombre a la comunión con Él, es decir, a la vida de la gracia. En palabras del Vaticano II: “en esta revelación Dios invisible movido de amor, habla a los hombres como amigos y trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (DV 3). La invitación a la gracia continúa a pesar de la caída original de los primeros padres y se promete la salvación (Cf. Gn 3,15). Luego encontramos la revelación como promesas cuyo corazón se encuentra en la experiencia creyente del Antiguo Testamento. Para el pueblo de Israel el primer concepto teológico es la Alianza. Es de importancia ya que Dios al revelarse va pacta la Alianza con los padres y madres de Israel y por ese pacto promete la salvación a un pueblo que ha escogido. En palabras del Deuteronomio: “No porque sean el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahvé de ustedes y les ha escogido, pues son el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que les tiene y por guardar el juramento hecho a sus padres” (Dt 7, 7-8).

Antonio Bentue comentando este aspecto indica: “la fe de Israel en Yahvé se refiere fundamentalmente a las promesas hechas por Dios a los padres. La historia del pueblo parte con Abrahán. Este personaje hace la experiencia del contacto con un Dios que lo llama y le promete tres cosas: a) una tierra (Gn 15,7); b) una descendencia (15,4) y una alianza o íntima amistad con él (17,7-8). La triple promesa hecha a Abrahán luego es ratificada a Isaac (26,24-25) y a Jacob (35,11-15) (…) Israel sabe, así, que su vida está marcada por las promesas que Dios hizo el principio de su historia. Esa referencia constituye el punto de partida de todo el dinamismo de su fe” (Bentue, 1986, p.179). Finalmente encontramos la revelación plena en Jesucristo. Jesucristo es el mediador absoluto entre Dios y los hombres “Porque hay un solo Dios y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos” (1 Tim 2,5-6). Jesús es la revelación por excelencia de Dios porque es la Palabra hecha carne (Jn 1,14) que es dicha en la plenitud de los tiempos (Heb 1,1-2; Gal 4,4).

El Vaticano II lo expresa del siguiente modo: “Dios habló a nuestros padres en distintas ocasiones y de muchas maneras por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo. Pues envió a su Hijo, la Palabra Eterna, que alumbra a todo hombre, para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad de Dios. Jesucristo, Palabra hecha carne, hombre enviado a los hombres, habla las palabras de Dios y realiza la obra de la salvación que el Padre le encargó” (DV 4). El carácter cristocéntrico de la revelación (Cristo es el centro de lo revelado o de lo comunicado, el Padre habla del Hijo y el Hijo da a conocer al Padre) tiene su punto de arranque en el misterio de la Encarnación el cual es el camino para revelar y para revelarse, es el encuentro perfecto entre Dios y el hombre. Sostiene Ruiz Arenas (1994) “La Encarnación da realidad al acontecimiento revelador por excelencia, porque ella es el encuentro de Dios con el hombre y del hombre con Dios” (p.136). Cristo es sujeto y objeto de la revelación en cuanto el Verbo de Dios es la expresión viva y completa del Padre (Col 1,15: Imagen visible del Dios invisible; Jn 14,9, quien me ve, ve al Padre). Cristo es el revelador: “A Dios nadie le ha visto jamás, el Hijo Unigénito que está en el seno del Padre, él lo ha contado” (Jn 1,18). El Verbo nos habla de Dios y nos lo muestra en su rostro. Cristo además es el Dios revelado: el Dios verdadero que anuncia y testimonia de sí mismo. En toda la vida de Jesús, se revela Dios y es recibido en fe por los hombres. La máxima concreción es el Reino (Mc 1,14-15).

Finalmente hay que indicar que existe una dimensión trinitaria de la revelación. La revelación por ser cristológica es también trinitaria. “El (Jesús) con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación” (DV 4).

PROFUNDIZACIÓN DEL ÁREA TEMÁTICA

Que la catequesis parroquial pueda proponer instancias de formación a la luz del concepto de revelación.

Se sugiere que se trabaje alguno de los textos bíblicos presentados en el área temática y organizar talleres, paneles informativos o propuestas similares.

• Algunas preguntas para la reflexión: ¿Cómo podemos interpretar que la revelación es un acontecimiento de libertad?; ¿qué elementos nuevos me/nos aportó el área temática trabajada?; ¿qué consecuencias para nuestra vida espiritual tiene la temática revisada? • La revelación tiene que ver con el diálogo y el encuentro entre Dios y los seres humanos. Les invito a proyectar esta idea teológica hacia un relato eclesial o comunitario.

Reflexionemos: ¿cómo podemos ejercitar más y mejor el diálogo y el encuentro al interior de nuestra comunidad? ¿qué idea/s de las contenidas en la cuestión de la revelación nos pueden ayudar a pensar los procesos de conversión pastoral y acción evangelizadora?

Para continuar la lectura

Octavio Ruiz Arenas, Jesús Epifanía del Padre, Teología de la Revelación (CELAM, Colombia 1994)

Antonio Bentué, La opción creyente, (Sígueme, Salamanca 1986)

Salvador Pié-Ninot, La teología fundamental: dar razón de la esperanza (1 Pe 3,15) (Secretariado Trinitario, Salamanca 2006)

Hans Waldenfels, Teología Fundamental contextual (Sígueme, Salamanca 1994) Heinrich Fries, Teología fundamental (Herder, Barcelona)

Dr© Juan Pablo Espinosa Arce

Académico Teología UC – U. Alberto Hurtado Parroquia El Sagrario, Rancagua