“Me llamó la atención el sentimiento de unidad de la Iglesia”

Martes 28 de Febrero del 2023
- Ramón Galaz Navarro, presidente de la Comisión Justicia y Paz de la diócesis, y feligrés de la parroquia San Agustín de San Fernando participó en un encuentro latinoamericano, convocado por el Área de Pastoral Parroquial, Urbana y Misionera de los Agustinos.

Un Encuentro Agustiniano de Laicos y Párrocos de América Latina y el Caribe en Sinodalidad, convocado por el Área de Pastoral Parroquial, Urbana y Misionera de los Agustinos, se realizó entre el 24 y el 28 de enero, en Moroleón, estado de Guanajuato, México, al cual fue invitado Ramón Galaz Navarro, presidente de la Comisión Justicia y Paz de la diócesis, y feligrés de la parroquia San Agustín de San Fernando.
Esta actividad contó con la presencia de medio centenar de participantes, entre ellos, dos obispos, numerosos religiosos agustinos – sacerdotes y hermanos – y laicos provenientes de Colombia, Panamá, Bolivia, Brasil, Perú, Chile y México.

El Encuentro siguió el estilo de otros encuentros sinodales, y tuvo exposiciones, trabajo de grupo y plenarios, y, por supuesto, se intentó mantener un ambiente de oración e intercambio permanente de experiencias personales y pastorales.

Revista Rumbos conversó con el representante de la Diócesis de Rancagua en esta instancia, Ramón Galaz sobre su experiencia.

• ¿Cuáles fueron los contenidos centrales del encuentro?

Tanto los contenidos como los resultados están perfectamente abarcados por el nombre: Encuentro Agustiniano de Laicos y Párrocos de América Latina y el Caribe en Sinodalidad. Te lo puedo desglosar:

Fue marcadamente agustiniano. Me sorprendió la adhesión que mostraban los participantes a la doctrina de san Agustín, y el conocimiento que tenían de su vida y pensamiento. Siento que en Chile no se da mucho que en una parroquia carmelita se cite a santa Teresa de Ávila o a san Juan de la Cruz con tanta propiedad y tanta frecuencia. Lo mismo ocurre con mercedarios o franciscanos, por ejemplo. Puede que sea una percepción mía equivocada, pero no veo esa identificación entre los fieles de una parroquia con su patrono.
Fue un encuentro con una alta participación de laicos, y no solamente en todo momento fuimos respetuosamente escuchados, sino que las propuestas y aportes fueron recibidos con idéntica valoración a los que podía manifestar en un grupo de trabajo un obispo, por ejemplo. Fue un encuentro con marcado énfasis en lo parroquial. Se daba por supuesto que el gran núcleo de evangelización es la parroquia. Es allí donde se debe dar vida – pero en serio – a la experiencia de comunidad, en primer lugar, y luego a la difusión del mensaje de la Iglesia para el mundo actual en materia de fraternidad, de justicia social, de acogimiento, de misericordia, en fin.

Fue un encuentro latinoamericano. Los convocados acudimos desde México hasta Concepción, Chile, con presencia de solo tres no latinoamericanos: monseñor fray Luis Marín de San Martín O.S.A., español, el padre fray Miguel Ángel Keller, español que lleva más de cuarenta años en Panamá, y el padre fray Sixtus Uwague O.S.A., nigeriano, que ha prestado servicios en nuestra diócesis. Concretamente, en San Fernando. Siento que la presencia de esos religiosos compartiendo nuestras reflexiones y nuestra experiencia daba cuenta cabalmente de la universalidad de la Iglesia, más allá de la identidad latinoamericana del grupo que conformábamos.

Fue un encuentro sinodal. No sólo se observaron todas las buenas prácticas de la vida sinodal – escucha atenta y respetuosa; búsqueda de los puntos de consenso; docilidad a la que sentíamos que era la voz del Espíritu Santo – sino que nuestra perspectiva era la de la Gran Asamblea Eclesial.

. • ¿Qué impresión le produce, en lo personal, la corriente de sinodalidad que vive la Iglesia, no sólo latinoamericana, sino la universal?

Tengo que partir haciendo una declaración de principios: me encanta la sinodalidad. Como sabes, tuve el honor de haber participado muy activamente en el sínodo convocado por monseñor Alejandro Goic, obispo emérito, donde participé en la redacción de documentos con el padre Hugo Yáñez, y en largas jornadas de trabajo de análisis de datos y de propuestas. Sin embargo, creo que hay un riesgo en darle a la sinodalidad un alcance que va más allá de conseguir formas más eficaces de planificar, organizar y guiar la acción pastoral, para, en cambio, asignarle un rol en las definiciones doctrinarias de la Iglesia. Si bien en los documentos se insiste en que no están en discusión, ni se pondrán en debate, asuntos tales como la colegialidad, o la ordenación de mujeres, o el celibato eclesiástico, lo cierto es que en distintos frentes se están formulando propuestas que pretenden llevar a deliberación o instalar materias que pueden sembrar gran confusión.

En ese sentido, no puedo dejar de ver una señal de alerta en lo que ocurre con la Conferencia Episcopal de Alemania. Pareciera que la falta de disciplina que ha aflorado en torno al rol que quiere asignarse a los consejos sinodales ilustra esa tendencia a ponerlo todo en debate. Y allí aparece otro aspecto muy discutible: el de sostener que la sinodalidad es “una dimensión de la Iglesia”. Este concepto parece sugerir que sería un elemento constitutivo, como la unidad, la santidad o la catolicidad de la Iglesia. Y me parece que eso no sólo no está demostrado, sino que no armoniza con las Escrituras. Obviamente, muchas de las verdades que sostenemos los católicos nacieron como resultado de una experiencia sinodal, como la relación con los gentiles – véase el Concilio de Jerusalén – o el canon de la Biblia, nacido del Concilio de Hipona, entre varios otros ejemplos. Pero una vez establecida una definición no se seguía con la discusión abierta, sino que se empezaba a caminar juntos – eso es sinodalidad – con esa verdad alcanzada, incorporada al Magisterio.

De hecho, se afirma que una de las primeras tareas pendientes en materia de sinodalidad es la de robustecer sus fundamentos teológicos. A mí me parece que el orden natural es el inverso: que, una vez alcanzada una robusta convicción respecto de la veracidad y eficacia pastoral de alguna materia, con sólidos fundamentos teológicos, se puede empezar a aplicar. Creo que la sinodalidad es una herramienta inmejorable para discutir cómo – insisto en esa interrogante implícita – será entregado el mensaje evangélico, pero si se cambia su sentido, se tiende a pensar que sirve para establecer qué – destaco nuevamente la interrogante implícita – mensaje es el que se va a entregar.

Creo que el espíritu sinodal es un muy buen antídoto contra el clericalismo, tan tóxico para la vitalidad de la Iglesia y tan denunciado por el Papa, pero al que se muestran tan adictos tantos laicos y tantos consagrados. Sin embargo, de sus grandes y probadas virtudes no se sigue que sea la forma exclusiva ni excluyente de entender la vida pastoral de la Iglesia.

• ¿Qué cosas te llamaron la atención del contacto con personas que vienen de otras realidades eclesiales?

Algo que me llamó la atención fue el sentimiento – y la experiencia – de unidad de la Iglesia. Éramos personas que venían de selvas de la sierra peruana, del mundo académico de Panamá, de una ciudad mediana de Chile, de una parroquia pobre de La Paz, de valles cafeteros de Colombia, en fin, de realidades muy distintas, y nuestro lenguaje, nuestros referentes morales, nuestras oraciones, nuestros cantos, eran los mismos. Recordaba entonces al equipo de Liturgia de la parroquia San Agustín de San Fernando, al que pertenezco, y pensaba que todos nuestros esfuerzos por realizar ceremonias bien preparadas, atractivas y fieles a las formas, son una garantía de comunión espiritual con el resto de la Iglesia Universal.

Imposible no referirse a la deslumbrante arquitectura colonial mexicana – agustina especialmente – que da cuenta de cómo a la sombra de la Iglesia y alrededor de las capillas y conventos se conformó nuestra identidad latinoamericana. Como en La Estrella, Chimbarongo, Malloa, Pichidegua, Copequén, San Pedro de Alcántara o La Compañía.

• ¿Qué te gustaría agregar?

Que le creo a Jesús cuando dijo “No teman: yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”. (Mt 28, 20)