Recepción Apoteósica

Miércoles 03 de Abril del 2024
Extracto de “Crónica de una Diócesis” del Pbro. Humberto Sepúlveda

 

 

El día 26 de abril de 1926 fue, por muchos conceptos, inolvidable para los rancagüinos que lo vivieron. Por largos años muchos podían recordar los acontecimientos relacionados con la llegada del primer Obispo de Rancagua, ciudad que acababa de transformarse en la sede de una nueva diócesis.

“Desde temprano se advirtió en las calles  un inmenso ajetreo”-contaría más tarde un testigo presencial-, agregando que “se levantaban arcos de flores, se embanderaban los edificios, se adornaban los frontis de las casas”… Recordaba también quien hacía esas evocaciones: “Poco después del mediodía comenzaron a llegar a la ciudad  grupos numerosos de campesinos  a caballo, ataviados con sus más elegantes tenidas de huasos chilenos y, a media tarde, llegaban los párrocos de las dos provincias de O´Higgins y Colchagua, acompañados algunos de ellos por grandes romerías de sus feligreses”.

La tarde de aquel día tenía para Rancagua un clima de fiesta. Todos los católicos de la ciudad, y centenares venidos de otros pueblos le daban a la plaza, a la calle Independencia, a la Avenida Brasil y a las cercanías de la estación de los ferrocarriles, una animación extraordinaria. Aún los no católicos o los indiferentes se acercaban, movidos por la curiosidad, al notar el despliegue de gente, de banderas, de estandartes, de caballería huasa, para saber de qué se trataba.

Desde las tres de la tarde el andén de la estación estaba lleno de gente que esperaba. Pero el tren llegó solo después de las cinco, con gran retardo con respecto a la hora en que había sido anunciado y que correspondía a su itinerario.

La gente se mostraba nerviosa y comentaba las noticias fragmentarias que se filtraban desde la oficina del telégrafo del ferrocarril, anunciando el paso del tren por las distintas estaciones de la ruta. Decían que desde Buin para acá el tren había tenido que detenerse mucho más de lo programado, porque en todos los pueblos quedaban dentro de la jurisdicción de la nueva diócesis deseaban rendir homenaje al prelado que pasaba, y lo obligaban a bajarse en los andenes, a escuchar discursos, canciones, recitaciones, etc., en una anticipada demostración de afecto.

Por fin, los pitazos del tren y el humo de su chimenea anunciaron el arribo a la estación de Rancagua. Los vivas y los cantos casi apagaban el bufar de la locomotora y el sonido de su campana. La banda dirigida por el maestro Arturo Arancibia irrumpió con un himno marcial.

¡El Obispo había llegado!...

Monseñor Rafael Lira Infante bajó del carro, en medio de los aplausos y de los vivas de la gente congregada para recibirlo.

El alcalde de Rancagua, don Luis Trénova, luego de saludarlo respetuosamente, le dio la bienvenida en nombre de la ciudad. Igual cosa hicieron otras autoridades y miembros del clero. Luego, se le pidió que encabezara el desfile o procesión que estaba preparado paraacompañarlo hasta la iglesia parroquial en la Plaza Los Héroes.

 

 

El largo cortejo se puso en marcha por la Avenida Brasil y calle Independencia hasta la Plaza. Autoridades civiles, dirigentes de instituciones religiosas y los curas párrocos y sacerdotes vestidos con sus ornamentos sagrados rodeaban al obispo Lira Infante, que contestaba con inclinaciones de cabeza o levantando sus manos a los saludos y vivas que le dirigía la gente que le abría paso por las calles.

En la Catedral

Centenares de fieles se quedaron sin poder entrar a la iglesia, que se llenó totalmente. El cura párroco de Rancagua, don Miguel Galaz, pronunció las palabras oficiales de bienvenida al nuevo obispo que llegaba a tomar posesión de su diócesis.

Luego, el presbítero do Julio Barrientos, párroco de San Fernando, que pasaría a ser secretario del obispo, dio lectura a las Bulas Pontificias que creaban la nueva Diócesis de la Santa Cruz de Rancagua.

En ese momento comenzaba a escribirse un nuevo capítulo en la historia de la antigua Iglesia parroquial rancagüina, que pasaba desde es día a transformarse en una augusta catedral.