Palabras del Pastor

Homilía por Día del Trabajo

"El trabajo es un don de Dios, un bien del hombre., y en el trabajo el hombre se hace más hombre. El trabajo es consecuencia del mandato de dominar la tierra dado por Dios a la humanidad.", señaló el obispo de Rancagua.

Queridos hermanos y hermanas:

Qué bueno poder reunirnos por la celebración del Día del Trabajo, a rezar y dar gracias por el don del trabajo y poder mirarlo desde la fe.

A la luz de la Palabra de Dios, entendemos que el trabajo es un don de Dios, en las Escrituras aparece de forma hermosamente narrada a un Dios que trabaja, que cada día durante la semana va realizando una obra creadora, que se goza con lo que hace, que se alegra con lo que Él -en su poder de Dios- había podido realizar y decía ‘me quedó bien’.  Y cuando al final de aquella semana, crea al hombre y la mujer, contempla lo creado y dice ‘me quedo muy bien’, lo más grande de la creación, la cumbre de la creación: es el ser humano, cada hombre y cada mujer y que recibe del mismo Dios, la misión de cuidar lo que Él había creado. ‘Ahora ustedes dominen la tierra y háganla producir’, aparece entonces como cada hombre y mujer está llamado en su trabajo a continuar la obra creadora de Dios.

El trabajo es un don de Dios, un bien del hombre., y en el trabajo el hombre se hace más hombre. El trabajo es consecuencia del mandato de dominar la tierra dado por Dios a la humanidad. Tiene un especialísimo valor el ejemplo de trabajo que nos dio Jesús a lo largo de la mayor parte de su vida. De los treinta y tres años que pasa en la tierra, treinta los vivió como un hombre más, en medio de una vida ordinaria de trabajo.

Jesús nos enseña con su ejemplo que todo trabajo nos puede llevar hacia Dios; cualquier trabajo digno y noble en lo humano puede convertirse en un quehacer divino. Para la gran mayoría de las personas, ser santo supone santificar el propio trabajo (es decir: hacerlo bien, bajo la mirada de Dios, ofreciendo su trabajo a Dios, haciéndolo con alegría y fortaleza). Los hombres y las mujeres que, mientras procuran el sustento para sí y su familia, realizan su trabajo de forma que resulte provechoso y en servicio de la sociedad, con razón pueden pensar que con su trabajo desarrollan la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y contribuyen de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia.

La Iglesia reza bellamente: ‘Señor, el universo está lleno de tu presencia, pero sobre todo has dejado la huella de tú gloria en cada hombre y mujer creados a tu imagen, Tú los llamas a cooperar con el trabajo de cada día en el proyecto de la creación y les das tu Espíritu para que sean artífices de justicia y de paz.

Porque el hombre es para el trabajo y no el trabajo para el hombre, es que Cristo no aprobará jamás que el hombre sea considerado o se considere así mismo solamente como un instrumento de producción; que sea apreciado, estimado y valorado según ese principio ¡Cristo no lo aprobará jamás! Por esto se ha hecho clavar en la cruz, como sobre el frontispicio de la gran historia espiritual del hombre. Para oponerse a cualquier degradación del hombre, también a la degradación mediante el trabajo. De esto deben acordarse tanto los trabajadores como los que proporcionan trabajo; tanto el sistema laboral, como el de la retribución. Lo deben recordar el Estado, la nación y la Iglesia.

Hermanos y hermanas trabajadoras que el Señor les bendiga a ustedes y sus familias y que Él mueva el corazón de todos los que pueden crear fuentes de trabajo digno, para que cada hombre y mujer contando con esta bendición se sepa colaborando en la obra creadora de Dios.

 

Que Dios los bendiga

+ Guillermo Vera Soto

Obispo de Rancagua