Palabras del Pastor

ALÉGRATE MARÍA, ALÉGRATE MADRE

Mensaje obispo de Rancagua, monseñor Guillermo Vera Soto

Queridos hermanos y hermanas: Muy de mañana, cuando todavía está oscuro, las mujeres que seguían a Jesús, cruzan apresuradas las calles de Jerusalén. Han comprado perfumes y se preguntan quién les ayudará a remover la gran piedra que cierra el sepulcro. Al llegar dos ángeles les dicen: "No se asusten. ¿Buscan a Jesús Nazareno, el crucificado? Ha resucitado, no está aquí". Ésta es la clave de nuestra alegría pascual. ¡El Señor ha dejado "el sepulcro vacío!” Cristo ha resucitado verdaderamente y resucitando, ha levantado las piedras de nuestros propios sepulcros, para siempre.
Cristo nos invita a salir de nosotros mismos, a abandonar esas cuevas en las que vivimos encerrados sin el oxígeno de la fe, ensimismados en nuestras propias desconfianzas, mascullando nuestras desilusiones. Cristo está ante nuestro corazón, pidiendo entrar. ¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado! Así se han saludado a lo largo de siglos muchos cristianos en días como hoy. La certeza de la resurrección es fundamental para nosotros cristianos. Si el Señor no ha resucitado nuestra fe es vana.

El misterio de la resurrección no sólo nos abre la esperanza de la vida eterna: la muerte ha sido vencida, sino que también es germen de esperanza para el hoy de nuestras vidas. Porque Cristo ha resucitado es que los apóstoles salieron a predicar el Evangelio, porque la resurrección de Cristo tiene una fuerza transformadora, es que los primeros creyentes en Cristo, con solo su ejemplo de vida, sin la fuerza de las armas ni del poder lograron cambios profundos en su sociedad. Porque la fuerza de la resurrección nos muestra que Dios ama la vida y por la gloria de Dios es que el hombre vive, es que los creyentes buscaron llevar vida a todos.

Entendemos así entonces que, fruto del amor al Resucitado hayan surgido en la Iglesia y para bien de la humanidad tantas obras de servicio y caridad. Es bueno no olvidar cosas que nos deben llenar de alegría siempre: Las primeras escuelas que formaron niños y jóvenes surgieron en el seno de la Iglesia, también las primeras Universidades, centros de desarrollo del conocimiento. Los primeros hospitales para aliviar el dolor y dar vida fueron obra de la Iglesia; la que primero -en distintas situaciones de dolor o abandono- busca hacerse presente y ayudar, es la Iglesia. Leprosarios, orfanatos, hogares de ancianos, obras con migrantes y refugiados; en todos estos lugares de dolor la Iglesia ha querido dar testimonio de un Dios vivo que desea para sus hijos plenitud de vida, y esto se traduce en que algunos se dignifican y plenifican ayudando y sirviendo, practicando la misericordia; y, otros, se dignifican siendo servidos y amparados en sus necesidades.

Todos hijos e hijas de Dios, llamados a un destino glorioso. Porque creemos en la fuerza y poder de la resurrección, es que la Iglesia, los creyentes, procuramos no caer en desánimo ni pesimismo ante las contrariedades de la vida o aparente rechazo de la sociedad al mensaje del Resucitado. Porque creemos en un Dios que ama la vida, seguiremos defendiendo la vida y hablando del valor y dignidad de toda vida humana desde su concepción hasta su muerte natural; seguiremos acompañando la vida de todas las familias, pero sin dejar de proclamar ese ideal de familia, que es un hombre y mujer unidos por amor y acogiendo a sus hijos fruto de su amor. Seguiremos promoviendo la dignidad del trabajo y de quienes lo ejercen, continuaremos proclamando la dignidad y grandeza de cada ser humano, que vale nada menos que el precio de la sangre de Cristo.

Seguiremos proclamando que Dios sigue confiando en cada hombre y mujer. La fuerza de la resurrección es un don que hemos de acoger con alegría y nos infunde también energía para grandes tareas que todavía están por realizarse. ¡Cristo ha resucitado, en Él, nuestra esperanza!

Hoy la Iglesia entera mira hacia María, presente junto a la Cruz, a los pies del divino condenado, y después muerto fue colocado en sus brazos, desde donde lo toman para devolverlo a la tierra, cerrando el sepulcro con una losa...! ¡Y he aquí, que quitada la piedra ahora está la tumba vacía...!

¡Alégrate María, porque Cristo, a quien llevaste en tu seno, ha resucitado! Y con Él, todos nosotros, hijos e hijas tuyos.
Los bendigo con cariño en esta Pascua,

+Guillermo Vera Soto

Obispo de Rancagua